Hoy, a la iglesia que fui a rezar, hacia algún tiempo que no había estado, allí llegué casi sin darme cuenta, no fue mi cerebro el que mis pasos guió, fue mi corazón.
Allí lo encontré todo igual que como hace ya algunos años, cuando la ultima vez que estuve, era. La imagen de la Virgen, un gran Crucifijo, si todo se hallaba igual, menos los que allí estábamos, faltaban tantos, había muchos que no conocía, quizás demasiados.
Salió el celebrante, en ese momento no lo conocí, pero era el mismo, y volví a mirar a mi alrededor, y reconocí al joven que ayudaba a un hombre a sentarse en el banco, eran los mismos, pero la ultima vez que los vi era el hombre el que enseñaba a un casi todavía niño a rezar. Sí había algunas personas que no conocía, pero no tantas como en un principio creí ver, había personas que el color de su piel revelaba que de otras latitudes procedían, quizás a esos era la primera vez que los veía. Si la imagen de la Virgen a la que mi corazón quiso ir a ver, seguía igual que la última vez, pero los que estábamos allí, habíamos cambiado tanto.
No se si era fruto de mi corazón que algo triste se sentia, por todos los que allí no estaban, con los que ya nunca podré volver a unir mis manos, para en comunión orar, pero creí ver una mueca de tristeza en dos mujeres que cerca de mí estaban. Quizás mi insistente, aunque de reojo mirarlas, les hizo al unisonó volverse hacia mi y un leve movimiento de los labios a modo de saludo, me hizo ver que sus facciones delataban la madurez de los años pasados, pero sus ojos la alegría de vivir.
Terminada la misa yo continué orando, si rezar es mezclar los recuerdos del pasado con los deseos del futuro con las penas y alegrías del presente, para contárselos a Dios, ¡como si Él no los conociera!, y no me di cuenta que los feligreses que allí estaban concentrados, fueron marchándose.
Mi oración tan particular se detuvo cuando en mi hombro note que una mano se posaba, me volví y efectivamente vi unos alargados dedos, ¿una mujer? pensé. Alce la vista y sí era una mujer, me pareció algo mayor que yo, y en voz muy baja me dijo: "Me alegro de verlo hacia tanto tiempo, que creí le había pasado algo, no sabe cuanto me alegro".
Quedé tan sorprendido, que apenas me dio tiempo de decirle “gracias”, cuando lo balbuce ya había retirado su mano de mi hombro y se marchó. No fui capaz de reconocerla, y no se porque no me levante y acercarme a ella, continúe sentado mirando como se alejaba con un pausado caminar.
Sí, todo seguía igual, el gran Crucifijo, la imagen de la Virgen a la que fui a rezar y el amor de todos los que en el amor sabemos vivir, incluso a los que ya no podemos volver a ver, aquella mujer así me lo hizo comprender, nada ha cambiado, solamente que por nosotros han pasado algunos años, que en el amor de Dios aún, una centésima de segundo se está iniciando.
imagen: catedral de granada. fuente: internet
No hay comentarios:
Publicar un comentario